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La Madre Tiene la Llave

Mariana

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Jul 28, 2007
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Argentina
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www.myg12.com
Se ha dicho que la madre tiene la llave del alma; es ella quien acuña la moneda del carácter y hace de quien sería un ser salvaje, un hombre cristiano. Alguien describió a la madre como una isla, rodeada en el norte por la esperanza, en el oeste por la paciencia, en el sur por el consejo tierno y en el este por el descanso. Arriba de ella, brillando como una estrella, están la fe, la verdad y la oración.

¿Cómo se siente la madre en cuanto a la posición que ocupa? Es una posición ardua. Tiene la llave, pero es una llave que abre la puerta a un mundo de trabajo. Es ella quien cocina los alimentos y prepara lo que los niños y el esposo se llevan para comer fuera de la casa. Quien baña y peina a los niños, quien seca sus lágrimas, los viste, arregla la ropa, sirve la comida, acuesta a lo niños y les cuenta una historia antes de dormirse. Sí, nos podríamos preguntar qué piensa ella de su lugar en el hogar.

Una madre contestó que si la casa de repente se quedara vacía y callada, si en vez de tantos quehaceres quedara sólo el dolor de la soledad, sin ninguna carita sucia que limpiar, ni cintas de zapatos que amarrar, inmediatamente le pediría al cielo que regresaran todos “sus problemas”.
Otra contestó que ella le daba gracias a Dios porque se le habían encomendado no sólo las llaves de esta vida, sino en cierto grado, las de la vida venidera. Este bello pensamiento se expresa en la siguiente parábola:

“La joven madre echó a andar en el camino de la vida y preguntó, ¿es largo el camino? El Guía contestó: “Sí, es muy largo y arduo y serás anciana antes de terminarlo. Pero el fin será mejor que el principio”.

Pero la joven madre estaba feliz y no pudo entender cómo algo podría ser mejor que estos años. De modo que amó a sus niños y jugó con ellos.
Vino la noche y con ella la tempestad, se oscureció el camino y los niños temblaron de frío y miedo. La madre los acurrucó en sus brazos y los protegió con el abrigo de su amor, ellos entonces dijeron: “Madre, ya no tenemos miedo porque tú estás cerca de nosotros y nada nos puede pasar”. Entonces la madre pensó: “Esto es mejor que el día feliz, porque les he enseñado valor a mis hijos”.

Después los hijos tuvieron que ascender una colina muy escarpada y la madre la subió con ellos. Cuando llegaron a la cumbre, ella, agotada pero feliz se dijo: “Este es un día mejor que el último, pues he aprendido fortaleza ante la severidad. Ayer les enseñé valor a mis hijos, hoy les enseñé fortaleza.
Llegó el día en el que las nubes del odio y el mal nublaron el horizonte de sus hijos. Ella les dijo: “Alcen sus ojos a la Luz”. Ellos hicieron esto y vieron arriba de las nubes la gloria eterna. Entonces la madre se dijo: “Este es mi mejor día, pues les he enseñado a mis hijos el rostro de Dios”.

Pasaron los años, y la madre se doblegó ante el peso de la vejez. Ya sus hijos estaban altos y fuertes y cuando el camino se hizo muy pesado para ella, entonces ellos la ayudaron. Ella se dijo: “He llegado al final de mi camino. Ahora sé que mis hijos pueden caminar solos y sus niños en las pisadas de ellos”.

Los hijos rodearon su lecho y la vieron irse, sola, y las puertas se cerraron detrás de ella. Ellos entonces dijeron: “Ya no la podemos ver, pero todavía está en nosotros. Una madre como la nuestra es más que un recuerdo, es una persona viviente”.

Gracias a Dios por cada madre que ahora mismo está usando su llave para abrirles a otros las puertas del cielo. Y gracias a Dios por cada madre que ya está en la patria celestial esperando la llegada de sus hijos.
 
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